Espejos de realidad: Marruecos

Espejos de realidad: Marruecos

“La validez social de una mujer marroquí depende del matrimonio”

Su nombre, Mouna, quiere decir deseo en árabe y su significado le hace honor. Ha cumplido con su deseo de ser una mujer independiente y escapar a gran parte de los tabúes que la sociedad en la que vive pretende imponerle. Mouna Harrachi es marroquí, tiene 36 años y vive en Tetuán. Donde trabaja en la Asociación Hanan, que se ocupa de personas con discapacidad. Mouna cursó sus estudios de secundaria en el instituto español de su ciudad y después se marchó a la Universidad de Jaén, donde se diplomó en Fisioterapia. Posteriormente realizó un máster y un posgrado. Regresó a Marruecos y actualmente es responsable del servicio de Fisioterapia, en la asociación Hanan.

Ella tiene claro que es “una privilegiada” y que su vida nada tiene que ver con la de la mayoría de las chicas de su edad. Es consciente de que tuvo suerte de nacer en una ciudad y no en una zona rural, en el seno de una familia de “clase media, “muy currante y con una madre trabajadora”.  Insiste en que tanto su madre como su padre han luchado mucho para que “los hijos y las hijas tuvieran una formación española y se marcharan para estudiar fuera”.

Mouna tiene claro que su familia sigue siendo una excepción en su país y que la condición de la mujer marroquí mejora muy lentamente. Cuando regresó a Marruecos y la contrataron en su trabajo actual, ella no tenía dudas acerca de la posibilidad de trabajar en su país y estar cerca de su familia. El director de la asociación  le advirtió que iba a tener un shock importante en cuanto se reincorporara a la vida diaria de Tetuán. Le dijo: “Tú has vivido en una burbuja. Se va a romper y sabrás entonces lo que es  vivir en Marruecos”. Añadió: “Tendrás algunos problemas”.

No se equivocó. Así pasó: “Yo volvía de España y vestía ropa ligera. No tenía reparo en decir que iba a ver a un amigo a su casa. A mi alrededor, no lo entendía nadie”. Ante esta incomprensión, ella optó por “evitar conflictos”. Cambió su forma de vestir y ahora procura “hacer las cosas sin decirlas”. Su adaptación no es una rendición: “la mujer tiene que luchar por mucho que la presionen”.

 

 

Una constante: el matrimonio

Mouna considera que se observa mucha diferencia en el trato hacia la mujer marroquí en función de que viva en el campo o en la ciudad. “Existe un gran contraste, un desfase enorme. En el campo, la mujer se encarga de todo, trabaja en la agricultura, en casa, en el cuidado de los hijos, mientras el marido se pasa el día en el café”, afirma. Según ella, en la ciudad, esta situación es “menos visible aunque la mujer está también infravalorada  y  tiene un acceso muy limitado al mundo laboral”. Añade que, “a pesar de que las mujeres lo llevan todo, siguen teniendo el complejo de que el hombre es superior”. Esta creencia tiene una consecuencia directa y demoledora “las mujeres siguen siendo machistas, educan de esta forma y si no defienden su condición, una tiene la impresión de que queda poco por hacer”.

Sabe perfectamente que este comportamiento es aprendido y que quitárselo de encima es muy complicado, entre otras cosas, “porque en Marruecos sufrimos un problema añadido, el matrimonio”.

“Una mujer marroquí tiene que casarse entre los 20 y los 30 años. Si no lo hace, es un fracaso personal. Lo primero es tener un marido y si no lo consigues no alcanzarás la felicidad. Si no tienes la figura de un hombre a tu lado, poco importa quien sea, serás siempre una mujer incompleta”. La validez social de una mujer depende del matrimonio. Si no se casa, se queda al margen de la sociedad, puntualiza Mouna.

Sabe perfectamente que el camino de la igualdad es de largo recorrido. Pero, aunque, muy lentamente, se aprecia cierta evolución, sobre todo en las zonas urbanas. “Por las calles, ya podemos ver a mujeres taxistas y conductoras de autobuses”.